viernes, 15 de enero de 2010

ILLIA, EL PAÍS QUE NO PUDO SER


"Hace hoy veinte años, cuando la dictadura militar iniciaba su desbandada después de Malvinas, moría en Córdoba Arturo Illia. Tenía 82 años. Había sido presidente de la Nación entre octubre de 1963 y junio de 1966, cuando lo derrocó un golpe militar ante la indiferencia, si no el aplauso, de gran parte de una sociedad que volvía a poner sus esperanzas en las espadas.

En pocos meses el gobierno del dictador Juan Carlos Onganía había entrado a palo y machete en las universidades, rebajado los salarios y devaluado el peso. Se terminaba un país en el que había crecido el producto bruto interno, había mermado la deuda externa y que dedicaba a la educación el porcentaje de su presupuesto más alto de la historia.

Illia no fue, ni por lejos, el político débil, ingenuo, indeciso que sus enemigos, y algunos de sus amigos, pero en especial la propaganda golpista de entonces hizo creer a gran parte de la sociedad. Es cierto que llegó al poder limitado por la proscripción del peronismo y con poco más del veinte por ciento de los votos. Pero las reglas para las elecciones de 1963 no fueron dictadas por Illia y sí fueron seguidas por todos quienes aspiraron a la presidencia, entre ellos hombres con concepciones políticas tan diferentes como el general Pedro Eugenio Aramburu y Oscar Alende.

No fue su supuesta debilidad lo que derrocó a Illia, sino algunas de sus decisiones de gobierno, como la de anular los contratos petroleros que favorecían a empresas norteamericanas, y sancionar una ley de medicamentos que afectaba los intereses de los poderosos laboratorios extranjeros. El proyecto de país de Illia no coincidía con el proyecto que el liberalismo pergeñaba en los cabildeos militares de los que participaba Alvaro Alsogaray, que llegó a proponer a su hermano, el general Julio Alsogaray, para suceder al presidente a derrocar, según el relato del historiador Gregorio Selser en un libro inolvidable, y casi inhallable, "El onganiato".

La historia rescata su austeridad, su honestidad, el haber vivido y muerto en la pobreza. Sin embargo, es la obstinada convicción democrática de Illia el rasgo que mejor lo retrata hoy, cuando su partido atraviesa la mayor crisis de su historia.

Es también la cualidad que se rescató hace veinte años, en los encendidos y tardíos discursos de homenaje con que se honró a un hombre que defendió siempre la democracia, aunque la democracia hubiese sido incapaz de defenderlo. "

Pablo Amato
(Clarín, 18 de enero de 2003)

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