miércoles, 9 de diciembre de 2009
UN RADICALISMO UNIDO
A veintiséis años del triunfo del radicalismo y del retorno a la democracia, me parece un momento más que adecuado para hacer algunas reflexiones, transmitírselas a mis correligionarios y a otros argentinos que comparten nuestra inspiración democrática y progresista.
La gesta del 30 de octubre no sólo fue la culminación de un esfuerzo por recuperar la libertad, el ejercicio de la soberanía popular y la plena vigencia de los derechos humanos. Fue mucho más que eso. Es la puesta en marcha de un proyecto de poder democrático, producto de una política de acumulación que, por primera vez en décadas, estableció una pulseada con las corporaciones, para poder imponer la voluntad de la sociedad civil y las reglas de juego dictadas por la soberanía de la gente y no por la prepotencia de las minorías excluyentes. Fue el desemboque de una construcción en la que siempre tuvimos en claro que el destino del radicalismo no era ser un partido testimonial sino una verdadera fuerza de poder. Dicho esto, vale la pena recordar que algunos dijimos, hace varios años atrás, que no había recuperación posible del radicalismo si previamente la sociedad argentina no reivindicaba el gobierno de Raúl Alfonsín. Y no sólo lo dijimos, sino que lo sostuvimos con nuestra militancia, mucha veces en soledad, aún en el seno del propio partido. Incluso hubo dirigentes que pensaban exactamente lo contrario, sosteniendo que para que el radicalismo renaciera debía mantenerse lejos de la figura de Alfonsín y aún negarlo si eso era necesario.
Más adelante nos tocó enarbolar la defensa irrestricta del sistema de partidos, y, en particular, del radicalismo como sostén de la democracia.
Tampoco nos fue fácil. Tuvimos que luchar con las mezquindades personales, los vedettismos mediáticos y los éxitos pasajeros, precisamente, de quienes hacían política practicando la antipolítica.
No hacemos esta enumeración para exhibir rencores ni mucho menos para sostener que teníamos la verdad absoluta. Simplemente lo hacemos para poder decir hoy, con la misma claridad y la misma convicción, que la unidad del radicalismo debe ser un objetivo estratégico, si es que queremos dejar de ser un partido testimonial para volver a ser un partido de poder. Estamos –y la mayoría lo percibe- frente a una extraordinaria oportunidad. El país está a la expectativa, esperando el surgimiento de una fuerza política que ofrezca paz y progreso.
Hace poco se agotó el modelo de las recetas neoconservadoras y liberales y ahora estamos atravesando la decadencia del populismo. Ha llegado la hora de diseñar una sociedad moderna, asentada en el trípode que Alfonsín desarrolló en Parque Norte: Democracia participativa, Modernización del Estado y Ética de la solidaridad.
El Peronismo está inmerso en una crisis profunda, que con el paso de los meses se irá agudizando. Le costará mucho tiempo recuperarse.
La Coalición Cívica implosionó apenas terminada la elección del 28 de junio.
Y el Socialismo –el aliado al que debemos privilegiar- todavía no alcanzó un desarrollo y dimensión nacional suficiente como para ser la cabeza de ese espacio socialdemócrata que todos estamos reclamando.
Pero tenemos una oportunidad aún más significativa que es romper el maleficio de no poder terminar nuestros gobiernos y, a la vez, desmentir que no somos capaces de darle gobernabilidad a la Argentina. La situación económica internacional tiende a mejorar y en los próximos dos años habrá un rebote hacia arriba en los mercados y en el comercio mundial. Los precios de los productos primarios y la demanda de lo que produce la Argentina va a seguir en aumento. En materia de economía doméstica, más allá de las dificultades que se pueden heredar, lo cierto es que recibiríamos un endeudamiento relativamente manejable, un sistema financiero que no está en riesgo de quebranto y una oportunidad productiva que sólo requiere un shock de confianza para volver a reactivarse. Podemos iniciar un gobierno sin los condicionamientos del ´83 y del ´99.
Pero para esto no hay que tenerle miedo al poder. En estos días, algunos –muy pocos- dicen que no nos conviene gobernar en el 2011. Eso es una estupidez y una ingenuidad. En primer lugar porque la decisión de si vamos a gobernar o no, la va a tomar el pueblo y no nosotros. Y en segundo lugar porque no somos el partido de la oposición eterna sino porque hemos sido y queremos seguir siendo un partido de gobierno. No debemos contagiarnos la visión contrapoder de alguno de nuestros socios, que de tanto abroquelarse en un ejercicio indefinido de oposición, siempre terminan haciéndole el juego, objetivamente, a la antipolítica y a la prédica de la derecha.
Tenemos que unir la potencia de un candidato con consenso social con el vigor de un partido que, a pesar de tantos golpes y vicisitudes, sigue siendo el único que en sus genes tiene la vocación de ser una fuerza nacional, extendida a lo largo y a lo ancho del territorio de la patria. Tenemos que dotar a esa articulación –que me atrevo decir es invencible en el 2011- de fuerte contenido democrático y progresista. Pero esto sólo será posible si logramos dejar de lado las mezquindades y rencores y si tenemos un partido plural, con debate y preparándose sin complejo para ser gobierno.
Si alguien, leyendo estas reflexiones, tiene la tentación de pensar que se trata de una especulación electoral, tenga presente que nadie más que nosotros sufrió sobre sus espaldas la crítica de los que se fueron del partido. Todos, a su turno, lo hicieron haciendo política con nuestro cuero, escudando sus decisiones, cuando se trataba de integrase a la derecha o supuestamente sumarse a la centro izquierda o integrarse a la llamada Concertación Plural, aduciendo que lo hacían porque el partido lo manejaban Fulano o Mengano. Por eso los que hoy se oponen a que vuelvan todos, deberían mirarse en este ejemplo. Nosotros sí podemos decir que vuelvan todos, con la autoridad que significa haber sido el blanco principal de todas esas críticas. Sucede que Alfonsín, entre otras cosas, nos enseñó que la política no se hace con mezquindad y los proyectos de poder no se amasan si no es con grandeza.
Nosotros no nos quedamos en el partido para gerenciar un sello, nos quedamos para volverlo a ver como una fuerza grande, fuerte y competitiva, con una enorme vocación de ejercitar el poder para mejorar a la sociedad. Pocos han sido tan agraviados como lo hemos sido nosotros. Por eso estamos parados en un lugar de privilegio para ayudar a que se abran las puertas del radicalismo.
Por supuesto que, además, hay que abrírselas –como lo hizo Alfonsín en el ´83- a los intelectuales, a los estudiantes, a fuerzas sindicales, a hombres y mujeres de la cultura, y a quienes, desde pensamientos afines a nosotros, han militado en otras fuerzas políticas. No sólo porque nos pueden ayudar a ganar una elección, sino porque los necesitamos para darle gobernabilidad a la Argentina. El año 2010 deber ser un año de militancia, estudio, elaboración de propuestas, acumulación, en definitiva, de construcción de una alternancia. La oportunidad que tenemos también implica una responsabilidad. No suframos el vértigo del poder. Por el contrario, tengamos la alegría de saber que podemos ejercitarlo para mejorar la calidad de vida de los argentinos.
Preparemos para el 2011 un nuevo 30 de octubre.
Leopoldo Moreau
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