martes, 21 de julio de 2009

DE LA RÚA POR DE LA RÚA


Los radicales nos hacemos cargo de nuestra historia. A una década de la presidencia de Fernando de la Rúa debemos analizar desapasionadamente los hechos de la última gestión. En esta primera entrega queremos recordar una entrevista a su principal protagonista. No le vamos a escapar al "bulto". Fernando de la Rúa es radical, un correligionario de toda la vida. Su trayectoria es amplia y (en general) exitosa: candidato a vice presidente de Ricardo Balbín, precandidato a presidente de la Nación en 1983, senador nacional y diputado nacional (uno de los mejores legisladores de la historia), jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (de correcta gestión), presidente de la Nación (con una gestión y final difícil a seguir evaluando). Claro, el último paso, el más importante podemos considerarlo un fracaso, una frustración para todos los radicales, para todos los argentinos. La historia se encargará de analizar los pormenores de su gobierno. Aquí su visión del tema. Espero sus comentarios. Son necesarios para el debate. Un fuerte abrazo radical.

Hugo Turrini


—¿Sigue pensando que Duhalde fue uno de los principales culpables de su caída?
—Esto lo organizaron, no fue casual. Desde la provincia de Buenos Aires se organizaron los levantamientos. Y Duhalde lo anunciaba con anticipación, le voy a citar un testigo insospechado que es José María Aznar: estuve con él el año pasado y me contó que meses antes de mi renuncia, Duhalde fue a pedirle ayuda porque él se iba a hacer cargo del gobierno, y Aznar le dijo: “Pero ¿cómo? Si el Presidente es amigo mío y está en funciones todavía”. A lo que Duhalde respondió: “Sí, bueno, pero yo me voy hacer cargo”.


—Es muy serio lo que usted dice que le dijo el Presidente español.
—Nadie discute que ese golpe civil existió, sumándose a lo que quería el FMI con Keller y Anne Krueger.


—Mire, justo tengo confirmado con José María Aznar un reportaje, el próximo miércoles. Espero que su declaración no anule ese reportaje y obviamente lo que usted me está diciendo será mi primera pregunta. Veremos qué responde. Sigamos con los protagonistas locales, ¿cuál fue el papel de Ruckauf?
—Era el gobernador de la provincia que anunciaba que quería irse lo antes posible. Cuando Alfonsín me cuenta que viene de estar con Duhalde y que Duhalde le dice que el gobierno lo tiene que terminar la Alianza porque ganó las elecciones, pero eso sí, con otro presidente, me pregunté: “¿Quién es para decir que el presidente electo por el pueblo tiene que irse?”. Alfonsín lo rechazó, pero me parece que debió poner más énfasis y creo que estaban en eso, en ese plan. Le gustaba hablar de que yo parecía enfermo, que estaba medicado, cosas así se le ocurrían. ¿Y qué nos decían de los organismos financieros internacionales? Que nuestro problema era político. Y es cierto, era político, teníamos ahí un germen de rebelión. Yo nunca me imaginé que juzgaran esta desgracia de lanzar a la gente, estos ataques insensatos que provocaron los 30 muertos, no en la Ciudad de Buenos Aires como dice el presidente Kirchner, fueron en la provincia de Buenos Aires, en Entre Ríos, por la forma en que actuó la Policía. Y en la Plaza de Mayo tampoco fue por la represión policial, ésa es la investigación que se está llevando a cabo. Por lo pronto, el día 19 de diciembre, en que hay un cacerolazo, Ruckauf manda a retirar la custodia de la residencia de Olivos confiada históricamente a la Policía de la provincia. Intendentes amigos de él están filmados orientando a la gente a asaltar negocios. Quisieron provocar lo mismo que le hicieron a Alfonsín.


—¿Usted se queja de Alfonsín?
—No voy a incurrir en responsabilizar a Alfonsín de aclarar mejor ese diálogo con Duhalde. Pienso que él estaba muy incómodo con Cavallo, pero yo decido renunciar cuando ya desde la casa de Alfonsín me llama el presidente del bloque de senadores para decirme que a juicio de ellos no había nada que hacer, que consideraban conveniente mi renuncia. Lo que se produce después de que hablaron con Duhalde.


—Reitero: ¿usted acusa a Alfonsín de haber hecho poco?
—No sé si podía más. Sé que hubo un grupo de radicales de la provincia que estaban felices, que son los que han pactado siempre con Duhalde en la provincia.


—¿Se arrepiente de haber renunciado?
—En ese momento se había diluido el poder político, con violencia en la calle, y sin mayoría parlamentaria como para aprobar las medidas necesarias y recuperar la situación financiera; mi decisión frenó la violencia, salvó las instituciones, evitó que fuera un derrocamiento, y lo facilité a través de mi renuncia.


—¿Qué habría pasado si no hubiese renunciado?
—Habría continuado la violencia porque estaba muy alimentada y planificada. Un solo caso ya es penoso.


—¿No tiene la obligación el Presidente de resolver la situación sin renunciar?
—Depende de cómo se mire. Para mí, la vida es un bien superior.


—¿En estos años no dudó?
—Nunca he dudado, he examinado a ver si había un resquicio, algún camino, pero teniendo en contra la mayoría parlamentaria justicialista, que empujaba para la caída del gobierno... Teniendo en contra a los líderes de mi partido que alentaban también la renuncia y pensaban que les iba a ir mejor con el peronismo y que se recuperarían...


—¿Fue un error haber declarado el estado de sitio?
—Sí, y lo declaré por un clamor de Ruckauf que me fue transmitido por Cristian Colombo y el ministro del Interior Mestre. Ellos (los bonaerenses) iniciaron los hechos violentos pero después la situación se nos iba de las manos. Entonces nos pedían apoyo de la gendarmería y después pidió que declarásemos el estado de sitio para que la gente reaccionara y me fue pedido que se declarara en todo el país porque también lo pedían los gobernadores del interior. Luego yo lo derogo, al día siguiente, porque tras mi renuncia se pacifica levemente la situación. Pero al asumir Puerta dice que ha sido un error derogarlo y lo restablece.


—¿Cree que fue un error?
—Fue un error porque nos indujeron a error, porque no se utilizó.


—¿Los piquetes fueron un tipo de protesta que el Estado en 2001, no estaba preparado para responder?
—Nosotros no tuvimos mayor problema con los piqueteros, salvo el último día que vinieron estos grupos. En el Conurbano fueron los intendentes, como el intendente West que aparece filmado encabezando la marcha de la gente que va a los negocios, y eso produce violencia, pero no habíamos tenido problemas. Juntos teníamos buen trato con los piqueteros porque tenían reclamos de asistencia social que satisfacíamos. El fenómeno piquetero se acentúa después, en 2002, y son los que marchan por Avellaneda cuando se produce la tragedia de Kosteki y Santillán.


—¿Y los cacerolazos, al tratarse de la clase media y su propio electorado, emocionalmente le afectaron más?
—Desde luego es penoso un cacerolazo pero Menem tuvo varios bocinazos, cacerolazos y por eso no cayó el gobierno. En Uruguay hicieron cacerolazo pero el Frente Amplio no estaba en derrocar al gobierno, no por eso caían. Sólo acá, porque había un justicialismo y un sindicalismo ambiciosos que querían tumbarnos.


—¿Cuando vio por televisión la caída de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, percibió que se trataba de un hecho contraproducente para la eventual ayuda de Estados Unidos ante la crisis financiera de la Argentina?
—Lo vi como un hecho de gravedad para el mundo y me acuerdo de que de Cancillería me hicieron llegar un texto de solidaridad que consideré inaceptable porque a veces Cancillería redacta como tomando recaudo y cuidado. Yo lo deshice y lo reformulé de manera explícita y franca. No lo pensé así como usted lo plantea, porque el día anterior nos había llegado el primer libramiento de un apoyo del FMI que lo había conseguido personalmente luchando con el presidente Bush, con Tony Blair, con todos los líderes, que el apoyo es fundamental ya para salir, lo que sí vi fue que el episodio de las Torres Gemelas cambiaba los ejes. Supuse esta situación superable. Lo de las Torres Gemelas trajo una retracción de la economía, hizo que bajara la recaudación fiscal, entonces los directivos del Fondo, Keller y Anne Krueger, dijeron: “Si no vuelve a los niveles de recaudación anteriores a septiembre, le cortamos y no le damos el segundo libramiento”. Y qué íbamos a alcanzarlo si lo de las Torres Gemelas significó una parálisis en el mundo.


—¿Qué siente cuando ve la repetición de la imagen de usted dejando la Casa de Gobierno en helicóptero?
—Que están utilizando una imagen que han querido crear como símbolo. En el fondo, ésa ha sido la rutina de los 600 días de mi presidencia. Lo tomaba a cien metros en la plataforma, ese día me dijo el jefe de la Casa Militar: “Mire, lo hemos puesto acá para evitar desplazamientos, para que no haya necesidad de tomar otros resguardos”. Yo pensé en el riesgo del edificio, y me dijo: “No pero está sostenido, y hay que subir ya porque no se puede quedar más tiempo. Le hice caso”. Pero me hubiera fotografiado lo mismo si me hubiera ido de la plataforma. Ahora, le venía bien para la foto, yo seguía siendo presidente. Además yo no huía, yo me iba a la sede del gobierno que era también la residencia de Olivos, yo no me fui ni a un cuartel, ni a un hotel ni al interior.


—Usted acababa de renunciar.
—De mandar la renuncia. Pero al día siguiente volví, derogué el estado de sitio y recibí a Felipe González.


—Pero en ese momento acaba de renunciar y ese vuelo desde un punto de vista visual era asociable al de Isabel Perón.
—Era, pero no estaba yo en plantearme temas de imagen.


—¿En ese último vuelo a la residencia de Olivos qué pensó?
—Estaba muy convencido.


—Pero esa mañana, cuando salió para la Casa de Gobierno, ¿no pensaba en renunciar?
—No, porque la noche anterior hubo una reunión de dirigentes justicialistas y radicales y había coincidido en hacer un gobierno de alianzas, satisfacer las exigencias del justicialismo que ya tenía mayoría parlamentaria, revisar cuatro o cinco puntos que ellos habían planteado... Al correr la mañana vi que eso parecía no cumplirse. Entonces fue cuando hablé por radio, hice un llamado a la pacificación, y la respuesta fue pedirme juicio político, un gesto del presidente, lo dijo Roggero. De modo que lo mío era un gesto de renunciamiento, yo lo veía como patriótico, algo que estaba convencido que era la legitimidad institucional del presidente, entonces no me sentía vencido, yo pensaba que la patria a veces necesita de esos gestos y yo lo había dado sin dudar y con firmeza, así que no me sentía ni deprimido ni me escapaba. Pienso que la noche anterior había sido de riesgo porque al retirar Ruckauf la policía de la provincia, había algunos grupos que avanzaban sobre Olivos, sobre la tapia. Me enteré al otro día que tuvieron que reforzar la presencia policial adentro, me da la impresión de peligro, pero a mí no me arredraba la sensación de peligro para nada, así que yo estuve ahí, no me moví para nada, me fui luego a la Casa de Gobierno, cuando vi que ésa era la situación, que habían impulsado esa violencia en la calle. Piense que esa violencia estaba digitada por grupos políticos que tenían mayoría parlamentaria. ¿Qué hacía yo? ¿Convocar a las Fuerzas Armadas?


—Mi pregunta es emocional, ¿cómo se sentía en ese viaje de retorno final a Olivos, qué pensó en el trayecto?
—Pensé que haber sido presidente había sido un gran destino para mí, que había hecho todo lo posible, había hecho la máxima dimensión del sacrificio para superar las dificultades que encontré. De modo que yo no estaba amargado ni deprimido. La verdad, después me he sentido peor, cuando vi que como estrategia los autores impulsaron en ciertos medios el desgaste permanente, la burla, la ironía, y el echarme las culpas de todo, que era un modo de justificarse. Por ejemplo, la apropiación de los depósitos se hace durante el gobierno de Duhalde, lo que se llamó “corralón”. Pero ellos hacían hablar sólo del “corralito”, cuando éste había sido una bancarización que permitía la disponibilidad de los recursos de los depósitos con instrumento bancario.


—Pero la gente tenía sus dólares o pesos convertibles en el corralito.
—Es el corralón el que produce el despojo.


—Usted se refiere a la ilusión de que todavía sus pesos eran dólares porque aún no se había devaluado.
—Claro, eso es lo que produce el despojo. Con Inés (Pertiné, su esposa) vendimos el departamento de la calle Montevideo y el importe de la venta había sido depositado. De modo que ahí quedó, ¿devaluado por quién?, por la devaluación de Duhalde. Así que ahora me encuentro con que tengo mucho menos de lo que tenía porque perdí aquel departamento, que era bastante grande, y hoy tengo un “pañuelito” que es lo único que me pude comprar.


FUENTE : DIARIO PERFIL

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