domingo, 1 de agosto de 2010

SEMBLANZA DE DON ELPIDIO GONZÁLEZ


Elpido González nacía un 1º de agosto de 1875, hace 135 años. Vaya nuestra evocación a quien fuera Ministro de Hipólito Yrigoyen y Vicepresidente de Marcelo Torcuato de Alvear. Un hombre honesto, austero, radical de pura cepa. Lo recordamos en un fragmento de Arturo Capdevilla. El homenaje de la Antorcha al "asceta de la política".



Ahora bien: es evidente que este hombre menudo, ágil, fino, de ojos claros, de una mirada abarcadora, llevaba el mejor camino. Vive para la masa anónima de sus conciudadanos pobres. Lo hace de corazón. Cree en ella y en sus grandes virtudes. Pero cree ante todo en el hombre, en cada uno de sus componentes. Quiero decir que es un individualista. A su juicio cada individuo en esa masa, para bien de ésta, debe ser promovido a la mayor responsabilidad personal. Para todos el adelantamiento y la meta, mas por la obra de los que rompen a caminar adelante. Con todo, se me figura que algo lo desazona a González en
medio de sus bien vividos apotegmas del deber. ...¿Qué alcance tiene la acción?¿No marchamos a menudo en pos de meros espejismos? Ya es un místico. Empezamos a vislumbrar lo que pasa en su alma. Pero expliquemos su misticismo. En su sentir, la Unión Cívica Radical es como una nueva grande orden de caballería, donde cabe que existan caballeros monjes. El se siente serlo. El sabe que lo es. Se refrescan en su espíritu los tiempos de los templarios y de las iniciales reglas de san Bernardo. En rigor, se ha entrado fraile en la vasta religión del Radicalismo. No le falta nada para monje perfecto. Tiene derecho incluso al blanco manto de un Godofredo de Saint-Omer, ya que desde hace lustros es casto, como lo saben algunos íntimos suyos, por oblación a un maravilloso amor de su vida. Así para que sea más encendida su voluntad de servicio, guía sus pasos desde el Más Allá una dama transfigurada hasta la excelsitud por el amor y la muerte. El resto es obediencia, pobreza, milicia. El dinero ¿qué podrá darle que no posea? y los honores: ¿para qué los querrá? Cuando el 6 de setiembre de 1930 se interrumpe deplorablemente la línea institucional argentina, él se mira dueño de todo en su carencia de materiales bienes, como mañana se verá libre de todo en las cárceles que se le irán decretando. De este modo se acaba de convertir en un monje de la vida política, como ya lo era de la vida del corazón. Frecuenta las iglesias y la oración fervorosa. Los ojos se le han hinchado un poco. ¿De lágrimas o de mirar mucho al cielo? La voz se le ha vuelto aun más blanda. Sus manos son cordialísimas. Su sonrisa está llena de beatitud. y un día, formalmente, positivamente, piensa en la estametia y en el claustro, y anda en conversaciones acerca de estos anhelos suyos con los prelados. Si a la postre no ingresa en un monasterio es porque, según él mismo lo explica, la voz del Partido, en horas gravísimas para el civismo, se le impuso como verdadera voz de Dios, y él se dió entero otra vez, como en sus juveniles años, a la sagrada causa del pueblo.
¡Con qué autoridad moral se presentó en el ágora! Se dirige a los poderosos, los exhorta, los conmina. Habla con un acento nuevo y hondo, grave y puro. Por ese mismo tiempo se deja crecer bigote y barba, que ya le blanquean de tantas escarchas de sus noches y desvelos. También se le nota el agobio de los años en las espaldas combadas, como cansado muro que se alabea. Y momento viene en que no sabemos por esas calles quién es este hombre de modesto indumento que ha tomado un aspecto oriental y remoto. -¡Doctor Gonzálezl ¡Pero es usted!, exclamábamos. ¡Pero es usted! y le abrazábamos con efusión y respeto.
Sí. Era él. Era él mismo, si bien ya un Elpidio González del todo venerable por esa blancura del alma que se le asomaba., hecha dulce vejez al noble rostro.

Después enfermó para el último trance. Se tendió para él, ex vicepresidente de la Nación, indeterminado lecho de hospital. Se comprendió por muchas señales que el ángel de la inmensa paz no andaba lejos. Que se le acercaba. Que le cubría con un ala. y ahora sí que la hora del ansiado hábito monástico de la orden seráfica se aproximaba, bien que el hábito le llegaría en forma de mortaja, con su cordón y su capucho, como probado buen abrigo para los fríos ulteriores.
En la mañana del 18 de octubre -año de 1951-, fueron trasladados sus restos del Hospital Italiano a la Casa Radical. Fuí de los primeros en reverenciar su silencio. Pero ya muchos prohombres del Partido habíanse adelantado a inclinarse ante su féretro. Estaba bellísimo aquel varón admirable en el lecho del ataúd. No como de mármol; sino, mejor, como de marfil. Así: ebúrneo. Y la barba, de una plata amarillecida, iba a confundirse con la cruz de su apacible fe que, como trascendente escudo, le habían puesto sobre el pecho. En esa forma, era una estampa del Oriente, así ataviado de peregrino de lo Eterno, como bajo un fulgor de santidad de otros tiempos: ¡tan rico estaba ese pobre!
Y pues parecía dormido y no muerto, y dado que seguía subiendo la mañana y no es bueno que un monje de san Francisco duerma más allá del alba, era como para tomar la resolución de decirle:
-Padre Elpidio, padre González, despertad. Miradnos. Aquí os estamos rodeando con la reverencia en el alma. Despertad, padre Elpidio González, ¡echadnos la bendición!.


ARTURO CAPDEVILA

Semblanza de Elpidio González por Arturo Capdevila, del libro biográfico de Arturo Torres, Editorial raigal, Bs. As., 1951.

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