martes, 17 de noviembre de 2009

LOS PROBLEMAS DEL RADICALISMO


Este enfoque sobre la realidad del Radicalismo de los años 40, hecho por Moisés Lebensohn,es muy ilustrativo para conocer lo que ocurría en esa época. Hoy afortunadamente no ocurre.....
Hugo Turrini


LOS PROBLEMAS DEL RADICALISMO
Discurso inaugural del V Congreso de la Juventud Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado en Chivilcoy el 24 de mayo de 1940.




Nos hallamos reunidos en momentos solemnes. En todos los horizontes, hombres y mujeres luchan y perecen, en mares y campos de batalla, por la pervivencia del ideal de la libertad y en las silenciosas retaguardias extenúan sus esfuerzos para posibilitar la resistencia. Los pueblos americanos oyen, vivas y rotundas, las voces de sus fundadores y escuchan su llamamiento en defensa de los principios que agitaron al continente en la hora inicial de su emancipación. En este concierto del mundo que se estremece entre los dolores de un alumbramiento; en este concierto en que aun las propias potencias agresoras mueven a sus multitudes alucinadas por falsos ideales, pero ideales al fin para los seres anónimos que las forman, solo nosotros, los argentinos, contemplamos en la inacción y en la despreocupación como los otros combaten y como del resultado de este combate surgirá la estructura económica y social que condicionará nuestra existencia futura. Como argentinos, nos contrista esta realidad. Nos agobia y avergüenza ver a nuestro país debatiéndose en pugnas minúsculas; con lideres políticos, educacionales y económicos, carentes de impulso creador y valiente; sin ansiedad quemante de justicia; exhibiendo en sus luchas no el coraje abnegado por colocar a nuestra patria en el clima histórico de la época, sino la apetencia del poder como medio de disfrute. Mientras el mundo penetra en una aurora impregnada de sentido heroico de la vida, en los círculos directivos de la Argentina - en todos los círculos directivos- priva el sentido del goce sensual de la vida. Pareciéramos un país secular, entrando en decadencia, describiendo el descanso de la parábola, sin conciencia nacional ni conexión con las fuerzas espirituales que animaron a muchos padres, sin respetabilidad en la forjación del porvenir ni sensibilidad para conmovernos ante el drama humano.
Y somos, sin embargo, una joven nación, que aún tiene los huesos blandos y debiera vivir los sueños de la adolescencia.
Y somos sin embargo un pueblo joven, predispuesto a las empresas del desinterés y el sacrificio por su tendencia emocional y porque no es en balde, en cada uno de nosotros - hijos cercanos o lejanos de la inmigración-, bulle el recuerdo del antecesor arrojado que rompió las ataduras más sólidas del hombre, aquellas que lo unen a su tierra, la del trozo de suelo en que yacen sus padres, la del trozo de cielo que contemplaron absortos los ojos infantiles, la del dulce idioma en que los labios maternos modularon las canciones de cuna, las ligazones de la sangre y del pasado, para cruzar el océano y llegar a lo desconocido, a este asilo de ilusión, en búsqueda de bienestar y libertad.
Un país poblado por un pueblo así, en cada uno de cuyos hombres alienta tan íntima y tan valiosa herencia espiritual, no puede ser un país silencioso ante la injusticia, un país indiferente ante las exigencias de su deber, un país que no quiera igualarse en ideales y afanes con aquellos que marcan la excelencia de estas jornadas.
Como aires de fronda. Es un viento que hace crujir las viejas ramas. Es un viento que no encuentra fronteras. A sus ecos, despiertan en los hombres de todas las razas y altitudes ideas nuevas y voluntad de darse íntegramente en la acción para librar a las generaciones futuras de las angustias que oprimen a la actual, con tanta intensidad, que sentimos orgullosos el privilegio de vivir el trance en que la humanidad verifica dolorosamente su reordenamiento, quizás por siglos.
El drama profundo de la política argentina.

Este viento cruza también sobre nuestras pampas. Agita las conciencias de millares y millares de argentinos. Y palpita en el escepticismo de las últimas promociones juveniles, escepticismo fecundo, porque señala la insurgencia ante un presente que abochorna y encierra en si, grávidas, las posibilidades del mañana. No lo han advertido, únicamente, quienes tienen la función natural de actuar como antenas sutiles de las ansiedades y requerimientos del medio social y como conductores de su pueblo. Solo los políticos argentinos en su casi totalidad, no han percibido el angustioso reclamo que importa el retraimiento de la juventud. Y si esta ineptitud pudiera entenderse en cierto modo explicable en los dirigentes de las derechas, hombres de círculos e intereses limitados, implica un verdadero suicidio en quienes militan en el Radicalismo, expresión política de ese inconcreto pero firme ensueño de justicia y renovación que anima el pueblo argentino.
Es que nuestros partidos viven con la mentalidad de principios de siglo y sus planas dirigentes, con los incentivos morales y materiales de principios de siglo. Desde hace mucho, sus cuadros activos no definen la orientación ética ni el pensamiento politicón de las corrientes populares que deberían representar. Ese es el drama profundo de la política argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama, aunque se salve el escollo del fraude, no habrá más que ser apariencia de un juego democrático auténtico. Que ello suceda en las derechas tiene justificación. Desde 1930 el pueblo que no le es adicto no elige; es mandado. La elección de sus dirigentes carece de base popular. Pero en nuestro partido, ¿qué ocurre?
Hasta 1916 la máquina partidaria sirvió con eficacia los propósitos que le dieron origen. Había una idea central, dominante: el sufragio libre, causa motor del partido y aspiración vehemente de una época. Fueron sus lideres quienes con mayor tesón, con mayor pureza, lucharon por esa aspiración, contribuyendo a crear una conciencia del derecho en el pueblo argentino. Llegó el triunfo en 1916. Desalojó a las oligarquías políticas de las provincias. Y quedo como girando en el aire. No se atrevió a consumar la revolución radical - como gustaba decir Yrigoyen - destruyendo los privilegios de la oligarquía económica. Se limitó a una política social oportunista, actuando solo bajo el apremio de las circunstancias, Detrás de los acontecimientos y no antes, en prevención de los acontecimientos.


La política del servicio personal.

La eficiente máquina política y sus cuadros directivos, formados en treinta años de lucha, quedaron un tanto sin los motivos galvanizantes de su acción. La gran bandera que congregó a la masa popular, el sufragio libre, era conquista lograda. El proselitismo, función inherente e inseparable a la política, debió acudir a otros resortes. Y se descendió del plano idealista, a la «política del servicio personal», la conquista de voluntades no por motivos atinentes al país, al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores lícitos o ilícitos, efectos, amistades... En lugar de enaltecer el espíritu cívico de cada ciudadano, se involucionó, trastocando las razones cívicas, por otras de tipo personal que implicaban una corrupción encubierta del voto, función eminente de la ciudadanía, para ser ejercida con la visión exclusiva del interés nacional. El partido nació para obtener, purificar y prestigiar el sufragio. La política del servicio personal desjerarquiza y desprestigia al sufragio y desjerarquiza todo lo que de ella parte. Los ciudadanos dejan de ser tales, en el concepto cabal del vocablo, para transformarse en meros votantes. La ciudadanía pasa de ser la alta dignidad de una democracia, a un bien intercambiable por otros, efectivos o afectivos. Se ha dicho que la teoría democrática reposa en la ficción del desdoblamiento de la persona en el hombre y en el ciudadano. El primero, con una voluntad individual dirigida por sus intereses y sentimientos de índole personal; el otro, con una voluntad general, inspirada en el bien colectivo. El entrelazamiento de esas «voluntades generales» es la esencia de la ciudadanía y su exteriorización y motivación, el método de la democracia política. Los cuadros activos del partido, en su gestión preponderante, no se dirigieron a la «voluntad popular» de los argentinos, sino a su «voluntad individual», subversión y negación democrática.

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