viernes, 5 de marzo de 2010
ALFONSÍN: HOMENAJE AL MILITANTE
Alguna vez algún amigo señaló con precisión que nuestra generación se inició en la militancia política bajo un gran trauma y bajo una gran frustración.
El trauma fue la fractura que sufrió la Unión Cívica Radical en el año 1958 cuando un sector del partido acompañó al frondicismo que había llegado al poder con el respaldo del peronismo, mientras que la mayor parte del tronco partidario permaneció en la Unión Cívica Radical del Pueblo.
La frustración fue la caída del gobierno de Arturo Illia en junio de 1966 quien, luego de liderar un gobierno valiente en la defensa del interés y el patrimonio nacional, eficiente en el manejo de la cosa pública y austero en la administración, debió dejar la Casa de Gobierno acompañado solo por un puñado de militantes y amigos ante la indiferencia de aquellos sectores para los que había gobernado en su favor con coraje y decisión.
Aunque su aparición a la consideración pública fue muy posterior allí comenzó el tiempo de Raúl Alfonsín.
Nuestra primera adhesión a su figura se vinculó con la militancia que Alfonsín desarrolló con vigor durante la dictadura de Juan Carlos Onganía a pesar del aparato represivo que montó el onganiato instalado en 1966, un régimen que estaba impregnado de un fuerte contenido corporativista y antipolítico.
Su permanente preocupación por reorganizar el Radicalismo, por mantener activas las relaciones con las otras fuerzas políticas en la lucha antidictatorial y por la suerte de los innumerables presos políticos y víctimas de la dictadura de Onganía transformaron a Alfonsín rápidamente en uno de los máximos referentes del progresismo partidario.
Conciente de la necesidad de la unidad en la acción, solo cuando advirtió la inminencia de la salida democrática se entregó a articular a lo largo y a lo ancho del país a la constelación de grupos militantes que confluyeron en el Teatro Real de Rosario en 1972 para fundar el Movimiento de Renovación y Cambio.
Los violentos años 70 lo encontraron buscando su propio camino, desarrollando las ideas humanistas, profundizando la relación con la Internacional Socialista y reafirmando la tradicional adhesión del Radicalismo al ideario latinoamericano de autodeterminación de los pueblos.
Su rechazo terminante a la lucha armada en tiempos en que ésta se había transformado en un irresistible canto de sirenas lo convirtieron en un claro referente para la juventud dentro y fuera del partido.
Tres meses antes del golpe militar de 1976, Alfonsín fundó la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, la primera organización que denunció la violencia de la Triple A primero y de la dictadura después.
Advirtió con desesperación que era temerario abonar la idea de "agudizar las contradicciones" para provocar la caída del gobierno constitucional a solo 9 meses de las elecciones de 1976. Sabía, cuando casi nadie lo sabía, que en esa oportunidad la oligarquía y el antipueblo irían por todo.
Cuando la dictadura comenzaba a desfallecer ante las primeras movilizaciones y expresiones públicas de rechazo popular al gobierno militar, señaló con precisión que la recuperación temporaria de las Islas Malvinas era solo un engaño que buscaba la perpetuidad del régimen. El regreso de los jóvenes de Malvinas demostró la ignominia con que los ultrajaron los jerarcas de la dictadura, aun hoy muchos deberían expresar su arrepentimiento por haberse sumado alegremente a aquella irresponsable aventura.
Tampoco le faltó coraje para denunciar el pacto sindical militar que aseguraba impunidad para los militares asesinos y para los burócratas sindicales cómplices, que consintieron la orgía militar y la entrega neoliberal durante la dictadura.
Cuando finalmente se concretó la apertura y la convocatoria de 1983 una clara mayoría entendió que solo Raúl Alfonsín podía liderar la transición hacia la consolidación de la democracia.
Porque aun bajo la asfixia que impuso el aparato represivo de la dictadura, Alfonsín jamás abandonó una de las mas viejas y mejores costumbres de los dirigentes del Radicalismo: la de recorrer incesantemente "los caminos polvorientos de la patria" para llegar allí hasta donde hubiera un amigo o un militante que necesitara una palabra de aliento, algún dirigente a quien defender de la persecución, algún joven a quien sumar a la causa al mismo tiempo que se lo alejaba de otras tentaciones…
Fue así como se transformó en el tenaz jefe de lo que inicialmente fue una heterogénea minoría progresista dentro del Radicalismo que luego se consolidó hasta lograr una mayoría que no solo lo catapultó al poder luego de la retirada de la dictadura militar, sino que además cumplió el objetivo de definir para siempre el perfil ideológico del Radicalismo moderno.
Y fue un hombre del partido, siempre. Aquí es preciso establecer una aclaración fundamental que tiene una ineludible vinculación con el presente. Existe una considerable diferencia entre ser un movimiento y ser un partido. El partido se asume estructuralmente a sí mismo como parcialidad, como entidad representativa de solo una parcela del cuerpo social, en el contexto de un ordenamiento pluralista donde una multitud de sectores tienen una multiplicidad de instancias representativas. Ser partido, en este sentido, implica aceptar la diversidad y el disenso.
Ganó entonces en la UCR para luego ganar la presidencia en campañas inolvidables, bañado en multitudes, recuperando la herramienta esencial de la política: la palabra. Fue cuando recitamos a voz en cuello junto a él y junto a miles de argentinos el mandato fundacional del preámbulo de la Constitución Nacional.
Logró, luego de la recuperación democrática en diciembre de 1983, el verdadero milagro histórico de la conciliación nacional durante una buena parte de ésta, la etapa democrática más extensa de nuestra historia.
La división del país en mitades absolutamente antagónicas, carentes de denominadores comunes e irreconciliables entre sí, había sido hasta entonces la más persistente de las constantes históricas argentinas.
Peronistas y antiperonistas habían sido hasta diciembre de 1983 la última expresión de esa dicotomía que mantenía al País en un estado de parálisis permanente cuando no de guerra civil permanente, aunque ésta no se expresara por medio de las armas.
Confrontó hasta el final con las corporaciones porque en ello iba la esencia democrática que tanto había costado conseguir.
En su primer acto de Gobierno creo la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas encabezada por Ernesto Sábato. Y entonces el informe estremecedor de la Conadep se transformó en el Nunca Más, que será Nunca Más y para siempre.
Años mas tarde, en ridícula pretensión, el kirchnerismo le incorporó un nuevo prólogo pese a ser un documento público histórico, traducido a muchísimos idiomas y de extraordinaria circulación.
Los kirchneristas redactaron un nuevo texto que apuntaba a no justificar los crímenes de lesa humanidad con la acción de los grupos guerrilleros.
Volvieron a abonar sobre la teoría de los dos demonios. La actitud indignó a Alfonsín y a quienes participaron en la Conadep.
El discurso de Kirchner en la ESMA , cuando pidió disculpas en nombre del Estado porque durante tanto tiempo no se había hecho nada en materia de Derechos Humanos fue otro exabrupto de un hombre de quien no se conoce ningún gesto arrojo o valentía en defensa de la dignidad del hombre durante el horror de la dictadura.
Solo se sabe de él que durante los años de plomo se dedicó intensamente a la tarea de exacción de bienes de las víctimas de la circular 1050 dictada por el Banco Central de la República Argentina durante la gestión económica de José Alfredo Martínez de Hoz, primer Ministro en el área de la dictadura militar.
Alfonsín no hizo ninguna declaración, Kirchner lo llamó por teléfono para disculparse por la grosería, pero no se conoció demasiado de esa cuasi retractación a la que Alfonsín no le otorgó ninguna trascendencia.
Volviendo a sus años de Gobierno es preciso recordar como lidió Alfonsín con la Iglesia Católica en el Congreso Pedagógico en el que, a pesar de la mayor organización y militancia de los núcleos conservadores, logró salir airoso. También Alfonsín primó sobre el oscurantismo católico cuando promovió y logró la sanción de la Ley de Divorcio, un paso enorme en la secularización y modernización de la sociedad civil.
Y hasta discutió de cuerpo presente con los que lo rebatían, como cuando se encaramó a un púlpito para refutar a un cura o cuando le retrucó al poderoso Ronald Reagan en su cara y en el corazón del imperio.
En el fatal año ’87 las corporaciones económicas le torcieron el brazo: no había podido vencerlas. Los "capitanes de la industria" habían decidido ir por todo, como siempre, en compañía de la rancia cúpula de la CGT que, convocada para concretar el Pacto Social que necesitaban los argentinos, solo se interesó por ocupar un sillón en el Ministerio de Trabajo. Fue un retroceso a pura pérdida: pérdida de capital simbólico sin compensación pragmática alguna.
En la Semana Santa del 87 un oscuro e insondable acuerdo entre golpistas y algunos opositores motorizó la conspiración en contra de su gobierno. Una movilización masiva, con decenas de miles de espontáneos, se vio defraudada por la salida que se halló.
Fue demasiado injusto, el único hombre capaz de llegar tan lejos en la búsqueda de la verdad y la justicia no merecía semejante reprobación y rechazo luego de aquellos días. El partido Justicialista, la otra pata del sistema bipartidista de la Argentina de esos años, había reconocido públicamente durante la campaña electoral de 1983 que la ley de autoamnistía de los militares de la dictadura no sería derogada si Ítalo Argentino Lúder resultaba electo presidente.
En esa Semana Santa, Alfonsín tenía a toda la sociedad de su lado pero eligió evitar un mal mayor, se juramentó salvar al sistema por más duro que fuera el costo que tuviera que pagar. No fue precisamente ésa la lectura preponderante de los argentinos en aquel momento que solo pareció comprender parte de lo sucedido mucho tiempo después.
La economía se descontroló, la inflación se hizo galopante. El poder corporativo se hizo presente e impuso un durísimo límite. Límite con el que también chocarían los que sacaron provecho político de aquella coyuntura.
La ola neoliberal arrasó con la última etapa del gobierno de Alfonsín. Y también con el peronismo renovador, ese que pretendió hacerse cargo de su innovación republicana, era su victoria pero le restaba originalidad.
También Saúl Ubaldini empujó al gobierno ocupando masivamente las calles hasta que mas tarde dejó de ocuparlas definitivamente vaya uno a saber por qué.
Aquella tarde en la que comunicó y explicó porque dejaríamos el gobierno con anticipación quizás no logró convencernos, pero aun hoy siento en el cuerpo el caluroso abrazo con que me despidió de Olivos. Solo mucho tiempo después logré comprender algunos de aquellos argumentos y alcanzar la sensación del deber cumplido.
No podríamos recordar a Alfonsín sin recordar a tantos que lo acompañaron. Sé muy bien que puedo ser injusto, sé también que, como dice el poeta, "la verdad de la memoria choca con la memoria de la verdad", pero recordar a Alfonsín es recordar a Arturo Illia, a Sergio Karakachoff, a Mario Amaya, a Máximo Mena, a Germán López, a Bernardo Grinspun, a Alejandro Armendáriz, a Conrado Storani… y es entonces escuchar y proteger a Florentina Gómez Miranda, a Hipólito Solari Yrigoyen.
Alfonsín se afilió al radicalismo a los 18 años y militó hasta el último instante, inclaudicable. Y no solo fue un dirigente del más alto rango, presidente ungido por clamor popular, Alfonsín fue un batallador incansable en el llano o en la cima, signado por la vocación política que determinó su existencia. Hasta que debió atravesar con entereza su enfermedad para morir en la casa donde siempre vivió.
Estas referencias, que son comunes a todos los hombres y mujeres del partido que los radicales guardamos en el corazón, son elogios inconmensurables si tenemos en cuenta la escala de valores del presente.
A mí, a nosotros, a los políticos democráticos de raza, aun aquellos con los que se disiente, siempre nos resultarán mejores aquellos hombres que esta nueva trouppe mediática integrada por deportistas fracasados, nuevos ricos, hijos de empresarios nuevos ricos o artistas de varieté; esos integrantes de la farándula vernácula que se aproximan con desparpajo reconociendo sin tapujos su falta de pertenencia, de conocimientos y de compromiso, y abonando el terreno de la antipolítica en pos de algunos votos, reconociendo que no saben para que están o si asumirán el cargo para el que se proponen, lanzándose a la aventura incluso a veces con buena fortuna.
Al Kirchnerismo no le gustó en lo mas mínimo cuando, de manera visible y espontánea, las exequias de Raúl Alfonsín se constituyeron en un fenómeno social que la política no debería despreciar.
Hoy no existe ningún dirigente que esté en condiciones de reunir a semejantes multitudes a cambio de nada, ni siquiera de un discurso, no existe ningún dirigente capaz de congregar a una multitud que permaneció dos días bajo la lluvia solo para ofrendar un último adiós, una multitud que solo estaba allí para intentar sacarse de encima la inmensa tristeza que les provocó el duelo.
Es que vastos sectores sociales percibieron a grandes trazos la enorme distancia que existe entre lo que se perdió y lo que perdura. Y fueron a despedir a Alfonsín tomando partido.
Es por todo esto que si alguna vez fuimos capaces de decir que "Nosotros somos la causa de los desposeídos" que pregonó el Tribuno del Pueblo, Leandro N. Alem; si fuimos capaces de decir "Nosotros somos la causa del pueblo contra el régimen falaz y descreído" que pregonó Hipólito Yrigoyen; si fuimos capaces de decir que "Nosotros somos la doctrina social" junto a Moisés Lebensöhn y Crisólogo Larralde; si fuimos capaces de decir "Nosotros somos la austeridad republicana y la moral" que pregonaron Ricardo Balbín y Arturo Illia; ahora debemos dar otro paso, es necesario crecer, enjugar las lágrimas y juntar coraje para poder decir "Nosotros somos la vida, Nosotros somos la paz, Nosotros somos la democracia recuperada" con Raúl Alfonsín, y entonces tomar su bandera y seguir adelante. Para toda la vida
FEDERICO STORANI
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