El radicalismo integra el escenario político argentino desde hace más de ciento veinticinco años. Un lapso tan extenso demuestra un importante nivel de utilidad: aún computando errores, incoherencias y fracasos, el balance actualizado indica que la UCR ha sido un factor positivo en la instalación y la evolución de la democracia con contenido social, en la consolidación de la soberanía popular y en el pleno funcionamiento del estado de derecho. Estamos convencidos de que debe seguir siéndolo, y ratificamos nuestra identificación con sus valores, sus definiciones programáticas, sus esencias morales y su definitivo compromiso con la causa popular.
Por eso, nuestro primer objetivo consiste en preservar la identidad y la vigencia del radicalismo. Ese propósito requiere ciertas condiciones: un espacio permanente de análisis y debate que favorezca la aparición de nuevas ideas y dirigentes, un orden institucional que asegure la legitimidad de las decisiones de conducción y un efectivo sistema de rendición de cuentas y responsabilidad dirigencial que impida la concentración del poder interno o el individualismo inorgánico y especulativo. Sobre todo, hace falta conocer el pensamiento radical sobre los temas que afectan al pueblo, al interés nacional o a los valores éticos, tanto como el conjunto de sus propuestas programáticas, transformables en políticas que promuevan el bien común.
Hoy, las cosas no funcionan de esa manera. Los organismos partidarios no actúan con la regularidad, la visibilidad y la capacidad decisional que fija la Carta Orgánica. Las relaciones con el gobierno nacional se encauzan por vías no institucionales y por intermedio de dirigentes que no fueron designados formalmente, no informan públicamente sobre el contenido de sus intercambios y cuando ejercen la crítica que provoca la gestión estatal, lo hacen en el ámbito cerrado de las oficinas del Ejecutivo, sin que el pueblo se entere más allá de alguna frase incidental y oblicua. Pareciera que la crítica abierta perjudica al gobierno, cuando en realidad es la manera más leal y más efectiva de prevenir y corregir errores en un país que quiere ser democrático.
La UCR se ha convertido en un partido sin voz, sin opinión conocida, sin comunicación con el pueblo y así resigna su función conductiva y desprotege al hombre de a pie. Nadie sabe qué piensa la UCR sobre los temas centrales de la Nación y el mundo y un partido que no se expresa, pierde vigencia y representatividad.
Por esa vía el espacio progresista, en lugar de quedar sólidamente integrado a una propuesta democrática real, corre el riesgo de apropiación indebida a partir de la reinstalación de un falso relato pensado para enmascarar prácticas autoritarias y corruptas.
CAMBIEMOS fue una coalición electoral ganadora, que no se convirtió en coalición de gobierno.
En el mejor de los casos, algunas veces opera como coalición parlamentaria. Carece de una agenda común y de un sistema orgánico de consultas y decisiones en el que los socios vuelquen análisis y propuestas, impidan errores o corrijan los cometidos. Toda coalición implica la convergencia de partidos de distinto origen que pueden pensar de manera diferente. Por eso, la carencia de un sistema de consultas sistemáticas es un defecto grave, porque reduce la capacidad de generar y transmitir ideas, desperdicia recursos humanos y, además, provoca una sensación de exclusión que debilita el “afectio societatis” y en ciertos casos, esconde un manifiesto desprecio hacia la política.
La experiencia comparada indica que no hay coalición exitosa si sus miembros, al integrarla, ponen en peligro su identidad y su espacio de cobertura social.
No hablamos de cargos: el radicalismo debe intervenir en la elaboración, desarrollo y control de las estrategias de gobierno porque su historia demuestra que está en condiciones de agregar política y visión progresista a un Poder Ejecutivo integrado en su mayoría por funcionarios provenientes del ámbito privado, formados en organigramas jerárquico empresariales, con poca sensibilidad para percibir el estado de ánimo social y escasa experiencia para administrar con los menores costos posibles, la relación con una oposición mayoritaria en el Congreso que sabe cómo utilizar su capacidad de presión. De allí la recurrencia de marchas y contramarchas que exponen errores no forzados, improvisación y falta de orden en la toma de decisiones.
Los componentes progresistas de la propuesta radical se expresan en contenidos básicos permanentes e irrenunciables que definen lo esencial de su pensamiento: garantías absolutas para ejercer la libertad dentro de la ley, políticas de distribución del ingreso que promuevan el mayor nivel de igualdad posible en el acceso a los bienes materiales, la calidad de la enseñanza pública -incluyendo en ella la Universidad reformista –que provea los medios para ejercer la libertad y absorber el nuevo conocimiento y la defensa del interés del país en materia de relaciones internacionales.
Con un tercio de los argentinos asediados por la pobreza, la UCR debe confirmar que nació como la causa de los desposeídos, definición inicial que anticipó la ética de la solidaridad.
La validez de esos principios esenciales alcanza máxima intensidad en materia de derechos humanos y límites éticos en el ejercicio del poder. Además de su enorme dimensión moral, la política de derechos humanos impulsada por la UCR consolidó definitivamente el estado de derecho. Al mismo tiempo, queda claro que la rígida separación entre la gestión de gobierno y los intereses privados de los gobernantes debe seguir siendo una de las bases estructurales del contrato democrático.
La dimensión simbólica de estos valores esenciales no puede relativizarse ni siquiera por error. El mérito de CAMBIEMOS ha sido impedir la continuidad de un modelo autoritario y corrupto que pretendía eternizarse en el poder sin respetar límites. El peor de los fracasos sería que por errores propios, carencia de estrategia, lagunas valorativas, dificultades de gestión política o falta de visión social, quedara habilitada la posibilidad de su retorno.
Cuando la UCR decidió integrar la coalición CAMBIEMOS, asumió riesgos que no pueden ignorarse. El riesgo de absorción, que la llevaría convertirse en línea interna de una entidad distinta, cualquiera fuese; el riesgo de insignificancia por pérdida de identidad y falta de discurso; el riesgo del fracaso político o electoral de un gobierno sobre el que sólo ejerce influencia retórica pero que, pese a ello, podría arrastrarlo. Por eso, la defensa del radicalismo pasa a ser un tema esencial. Por su trayectoria, por los valores que representa con convicción y continuidad, por el espacio social que aun ocupa. Por sus recursos humanos. Por la ejemplaridad moral de tantos de sus dirigentes. Por su definitiva identificación con la democracia. Por su absoluto compromiso con la libertad para todos.
La presencia de un radicalismo autónomo, coherente, activo, competitivo y convocante también le interesa a CAMBIEMOS, porque la fortaleza de la coalición tiene relación directa con la fortaleza de cada uno de sus miembros. Las actitudes despectivas, desconsideradas o marketineras, así como las pretensiones de absorción, la debilitan y empobrecen.
Todos queremos que el éxito electoral de CAMBIEMOS se convierta en un gobierno exitoso. Porque los fracasos los paga el pueblo. Porque debemos cortar el ciclo de crisis recurrentes. Porque hace falta concertar políticas de estado que sirvan para diseñar horizontes de mediano-largo plazo. Porque la mayor garantía de estabilidad democrática es una economía altamente productiva atada a un buen sistema de distribución del ingreso. Porque buscamos vivir en paz.
Los radicales debemos contribuir al éxito preservando nuestra identidad, sin renunciar a nuestras convicciones morales, sociales y políticas, ejerciendo de buena fe el espíritu crítico, defendiendo y ampliando nuestro espacio de representación social.
Estamos convencidos que ese es el mejor camino para todos.