sábado, 25 de febrero de 2012
"TODO QUEDÓ ATRÁS, MENOS EL SUEÑO"
El 23 de febrero de 1962, hablando en una tribuna a obreros de frigoríficos de Berisso, moría de un ataque fulminante Crisólogo Larralde. Había consagrado su vida a la causa popular, abrazando el radicalismo de muy joven tras un fugaz enamoramiento del ideario libertario anarquista. En los años treinta enfrentó con fiereza el fraude conservador en su provincia de Buenos Aires y, electo senador provincial en comicios viciados, renunció a su banca como supremo gesto de altivez y moral cívica, rechazando beneficiarse con un cargo a expensas de la tergiversación de la voluntad popular. Murió entre obreros, a los que había dedicado sus mejores horas, sus más lúcidos esfuerzos y pensamientos. "Todo quedó atrás, menos el sueño. mi viejo, ni joven, mi niño. sueño igualitario, libertario. fraternal...He peleado por tantos que lo ignoran", escribió casi como un testamento. Los trabajadores eran "sus hermanos". Así los calificó en un poema que reflejaba su propia visión del 17 de octubre de 1945, cuando los vio pasar con rumbo a la construcción de una nueva fuerza política que centraba su fortaleza en la integración de la clase obrera organizada. Sin embargo, nunca mudó de tienda política. No conoció la especulación ni la traición. Vivió y murió "radical" a secas. Enfrentó al peronismo sin hacer gorilismo, cuestionando y denunciando aquello que tenía de autoritario y antidemocrático, incluso diferenciándose por izquierda, pero cuidando de no agredir a los sectores populares peronistas ni cuestionando las justas conquistas sociales por las que él mismo había derramado sudor y lágrimas. En aquellos años difíciles, esquivos para el radicalismo su presencia, su voz y su pensamiento eran ciertamente orientadores para miles de argentinos, radicales o no. Tuvo otro renunciamiento, olvidado tal vez injustamente. Supo resignar una candidatura a diputado nacional a salir en firme prefiriendo presentar a la UCR como candidato a intendente de su ciudad, Avellaneda, "para que el partido pueda obtener quinientos votos más". Luego fue candidato a gobernador y a vicepresidente de la Nación y en ambas oportunidades obtuvo más votos que los que lograba su partido. Larralde tenía electores propios por fuera del radicalismo, por izquierda sobre todo, por su firme identificación con principios muy caros del socialismo. Pero también - y esto lo sabía Perón - tenía votos peronistas. Larralde fue el numen y garante de la inclusión de los derechos de los trabajadores, los gremios y la seguridad social en la reforma constitucional de 1957 mediante la incorporación del artículo 14 nuevo, incorporando así definitivamente a la República Argentina a la corriente del constitucionalismo social de posguerra. El relato de muchos amigos que integraron aquella Convención Constituyente lo recordaba sentado en la última fila de asientos del paraninfo de la Universidad del Litoral, sede de las sesiones, "marcando" de cerca a los convencionales de modo que ninguno frustrara aquella insigne conquista legal de los trabajadores. La división de la UCR rasgó profundamente su corazón, Crisólogo era respetado y querido en ambos sectores, pero él se quedó y fue piedra angular en la UCR del Pueblo, cuyo primer Comité Nacional presidió. En 1962, cuando fue nuevamente candidato a gobernador bonaerense, el peronismo proscripto hasta entonces, había sido habilitado a participar bajo la denominación de Unión Popular con su candidato Andrés Framini, gremialista combativo. Pero su jefe en el exilio sabía que la candidatura de Larralde era atractiva para vastos sectores de su movimiento que no comulgaban con la candidatura de Framini. La candidatura de Larralde abría una importante posibilidad que el peronismo perdiera la gobernación de Buenos Aires, ya que obtendría votos peronistas. Allí residía también la clave de la estabilidad del presidente Frondizi, jaqueado en su débil estabilidad por su enemistad con todos los actores del proceso político, pero que tenía por don Crisólogo respeto y estima sinceros. Su inesperada muerte en aquel acto de campaña le trajo a la República más dolores y acentuó el trágico sino que se cernía sobre ella. Haciendo un ejercicio de ucronía, el triunfo de Larralde en la provincia de Buenos Aires hubiese apuntalado la endeble institucionalidad, neutralizando la preminencia militar en las decisiones nacionales y canalizando de modo orgánico y pacífico la reinserción del peronismo en el sistema democrático. No pudo ser, y los costos de aquella tragedia están a la vista. Larralde fue ante todo un espíritu inquieto, una mente elevada, una personalidad rectora. Nadie en la República Argentina desconocía su serenidad, claridad de juicio y honradez proverbial, reconociéndole un rol primordial en el escenario político argentino, cuya desaparición provocó un vacío que nunca pudo ser llenado. Tan singular e irrepetible fue su personalidad. Su magnífica sencillez se complementaba con una inteligencia cultivada y un rico estilo literario que le permitió legarnos piezas únicas de filosofía y doctrina política de alta escuela. Algunos de sus pensamientos tienen una notoria actualidad y conviene mantenerlos como norte en la cotidiana labor de quienes abrazan la vocación de servicio a través de la militancia política. Uno de ellos muy especialmente: "en el desprecio de todo poder, está todo el poder".
DIEGO BAROVERO *
(Publicado en el diario "La Prensa" edición del 24 de febrero de 2012) *Historiador. Vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyeneano. Autor del libro "UCR. Su historia, su doctrina, sus nombres"
http://diego-barovero.blogspot.com/
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